El médico escribe, inmutable, se queja de la lapicera que su compañera acaba de prestarle.
– No tiene tinta – dice.
– No puede ser, tiene 2 días – Responde en tono de desaprobación.
– Entonces no me gusta como escribe – dice él, como un niño caprichoso.
El médico escribe mientras observo físicamente anestesiado, como se mueve la sabana al ritmo de los temblores del paciente. Tiemblan las piernas, es una leve epilepsia controlada con medicación, el médico, a menos de un metro se quejaba de la lapicera y ahora escribe conforme. Nada lo moviliza, ni los temblores, sabe que ya no hay nada que hacer pero, no se le escapa ni un dejo de pena o al menos compasión. Nada lo moviliza y en la camilla, a menos de un metro, el movimiento involuntario del paciente no lo sorprende.
El hombre de la camilla ya no es «aquel». Era fuerte, alegre y con una inteligencia que le permitía completar cualquier crucigrama sin mayor esfuerzo, así como podría estafar a la banca en cualquier juego que se propusiera.
«Aquel» siempre fue hincha de Atenas, de aquella barra vieja que se peleaba mano a mano al final de cada partido y que no se le ocurría nunca usar puntas ni cortes.
– Los guachos están muy zarpados – me había dicho una vez.
«Aquel» adoro siempre a Peñarol, entrar a su cuarto (aún cuando cumplió 60 pirulos) era una clara muestra de su devoción a los colores del aurinegro. 20 años atrás no faltaba a ningún partido, además, no iba solo, llevaba a su hija.
«Aquel» cayó en cana alguna vez. – Estaba salado – Había comentado un viejo compañero de militancia cuando hacía menos de un año que nos conocimos. Afiliado al partido socialista luchó contra la dictadura mientras trabajaba en el diario «El Día».
«Aquel» no dejaba pasar una mujer sin piropearla, sin faltar el respeto encontraba la forma de que todas las mujeres se divirtieran y más de una se dejaba atrapar por sus trampas. – Es como muy hombre, hasta el bigote le queda bien, y eso que no me gusta el hombre con bigote. – Dijo mi abuela una vez para mi sorpresa.
«Aquel» se teñía, no solo el pelo, al cual le dejaba algunas canas a la vista para disimular. También se teñía el bigote y los pelos del pecho. Verlo con toda la tinta en el pecho y la que caía por su panza no dejaba de ser un show increíble de ver.
«Aquel» amaba a su hija y a su vieja, el tango era su música, pero «la sinfónica» (Borinquen), era su perdición, no podía parar de bailar y disfrutar. Sin dudas había realizado una obra de arte con su hija, inteligente, activa, apasionada, fuerte y sin los temores o problemas que pueden tener las mujeres a la hora de «ir a la cancha» a ver el deporte que sea.
A «aquel» le encantaba la comparsa, tenía de donde, había pasado su infancia y adolescencia cerca «del Atenas». En el teatro de verano decía – Me voy a ver de cerca las plumitas – y bajaba al pedregullo a saludar a la vedette. Pudo ver a su hija en una comparsa, en el desfile de carnval, en el de llamadas y en el espectáculo en el teatro de verano. Ese fue uno de los días donde más feliz lo vi.
«Aquel» me pidió que le hiciera un mail y que le enseñara a usarlo. «El igualito» era la dirección de correo que quería, me contó que era su sobrenombre de botija aunque, nunca tuve claro el por que.
A «aquel» le encantaba tomarse «un amarillo» conmigo y me bautizó como «el poeta», poco después de conocernos. Fue fundamental su apoyo para que yo publicara en un libro algunos de mis relatos y el poema de Delmira Agustini y el Sr. Ugarte.
«Aquel» había amado a su mujer pero nunca supo ser fiel, tenía sus argumentos pero prefiero guardarlos en mi mente, «sapito» era el sobrenombre que le había puesto a ella.
«Aquel» fue fundamental en mi decisión de meterme en el mundo del Basket. – Hay que hacer realidad los sueños mientras estas vivo, después no se puede, si el problema es la guita, ya va a aparecer.» Me dijo el último día de inscripciones para el curso.
«Aquel» tenía 4 bypass y era un agradecido del Dr. Vega, cada tanto iba a chequearse. Un día me encaró a solas. Parece que tengo la porquería – Dijo con naturalidad y algo de resignación. En ese momento entendí que lo sabía desde hacía mucho pero que recién podía contarlo. – No hay nada que hacer, así que voy a aprovechar lo más que pueda lo que me quede y después ya está. –
– Alguna vuelta le vamos a encontrar – Respondí esperanzado.
Poco tiempo después lo internaron, comenzaron los tratamientos y las idas al hospital. Un par de noches, un par de semanas, un par de meses. En determinado momento empezamos a acompañarlo a las consultas contra su voluntad, descubrimos que nos mentía porque varias veces terminaba contradiciendo lo que «le habían dicho» antes en cuanto a la enfermedad.
Allí supimos que había una posibilidad, podían operarlo y extraer el músculo dañado, el problema era que no podía volver a tener sexo. Por esta razón nos dijo que no había nada que hacer, no estaba dispuesto a resignar su hombría para vivir sin ella.
El médico escribe inmutable, se queja de la lapicera que su compañera acaba de prestarle.
– No tiene tinta. –
– No puede ser, tiene 2 días. –
– Entonces no me gusta como escribe. –
El médico escribe mientras el paciente no para de temblar.
«El igualito» hoy está atado a la camilla, me preguntó por la hora del partido, por la vieja, por el caballo que vió dentro de la sala, me ofreció un anillo imaginario para que yo hiciera el ritual, se quiere sentar, se quiere parar, quiere una tijera parar cortar todo e irse a la casa. Dejó de tomar las pastillas y simplemente las escupe. Atendió un celular que no tenía y hablo con la vieja un rato. Me pidió «naranjita» para tomar y se alegro de verme después de 6 días.
Yo no pude parar de llorar, «aquel», «El igualito», «Carlitos» por pocos momentos tiene lucidez y es aquel que conozco o que conocí. Mientras anestesiado físicamente, a su lado, en una incómoda silla de la emergencia del hospital, sigo viendo a un hombre sufrir y a su médico encaprichado con una lapicera.
El médico escribe inmutable, se queja de la lapicera que su compañera acaba de prestarle.
– No tiene tinta. –
– No puede ser, tiene 2 días. –
– Entonces no me gusta como escribe… –