Un domingo en la ciudad

Subimos a la altura de Mercedes y Amorín. Eramos 3, Andrea, Miguel y yo. El viaje era similar al de cualquier Domingo a esa hora con ese rumbo. El ómnibus era de C.O.E.T.C. y hacía calor, íbamos de pie, charlando, con muchas ganas de llegar y bajarnos. El coche estaba lleno de hinchas del Club Atlético Peñarol y su destino era «El Estadio Centenario» El rival de turno era el «Club Sportivo Cerrito»

Los fanáticos tienen por costumbre «tomar y atrincherarse» en el fondo del ómnibus que los traslada, ésta situación milagrosamente mantiene a las viejas alejadas de la puerta trasera.

Lo extraño de esta historia se da no porque un plancha trató de balearnos, o tomó el control del volante y arremetió contra la sede tricolor, tampoco porque se pusieron a fumar «pasta base» en el bondi…lamento pero los señores de Canal 4 (para vos Vilar) no van  a tener suerte con esta historia aunque pongan la música de fondo más tétrica que tengan en la discoteca.

Trascurrían pocos minutos desde que habíamos subido pagando cada uno su boleto común. De repente una voz femenina junto con un olor nauseabundo se apoderaron del lugar. El olor tenía motivo de ser gracias a la presencia de un señor que a mi lado vestía campera celeste, marmolada  y la gran cantidad de mugre que ésta poseía. Sin embargo la voz provenía del «asiento del guarda» que en esta feliz ocasión tiene a bien ser de una mujer. Expuesta, harta, malhumorada jamás habría pensado que una empleada del servicio de transporte colectivo capitalino sería capaz de algo así. Alzó su voz contra todo el coche y no gritó ningún tipo de «sigan pasando» ni nada por el estilo. Simplemente dijo – ¿A VOS QUIEN TE PAGA EL BOLETOOOoooo?

[Silencio sepulcral de parte de todos los pasajeros que rápidamente la observaron con cara de «estas muuuyy mal»]

Este silencio no generó más que una furia tremenda y con sus ojos tomando el tinte de la camisa de U.C.O.T. exclamó  – ¡¡Sii, A VOOOSS!! ¿QUIEN TE PAGA EL BOLETO?

La sorpresa de todos era mayúscula y los barra brava de Peñarol se preguntaban entre ellos si todos habían mostrado el arma para que no los molestaran.

Una pequeña voz resonó desde el fondo.

-Yo pedí permiso para subir por atrás.- exclamó el sujeto de la minúscula potencia vocal.

-¿AAHHH SIIIii? ¿A QUIÉN LE PEDISTE PERMISOOO? Incisivamente consulto la guarda cada vez más ofuscada.

-Al chofer – Respondió el voluntario para la puteada más grande de la historia.

En este instante la situación cambió. Todo el odio y la furia que manifestaba nuestra guarda de turno para con el usuario del transporte colectivo capitalino se volcó de un solo movimiento hacía nada más y nada menos que su compañero de trabajo.

– ¿Vos lo dejaste subir por atrás? – Interrogo con mayor agudeza que la vez anterior.

-Si…yo lo dejé – Respondió el chofer con la voz de un niño que sabe que la embarro hasta el fondo.

– ¡¡PARA EL ÓMNIBUS!! – Dijo de forma que nos sorprendió a todos y respondimos mirando con nuestra mejor cara de «¿me estás jodiendo?»

– ¡¡GULP!! – fue la mayor reacción del chofer.

– ¡¡QUE LO PAAAREEEEESSSS!!

– FFFFIIIIII – (Onomatopeya de la flor de frenada que dio el chofer)

– ¡Toma! La señora guarda imprimió el boleto en la super moderna maquina y se lo alcanzo por la ventanilla al chofer que ya se encontraba abajo del ómnibus.

La gente comenzó a murmurar, la cara de la guarda era increíble. Su rostro estaba rojo, su color de pelo rubio me hice la tinta hace 3 meses, y su boca torcida la convertían en una especie de Rocky Balboa Uruguayo pero en una versión bastante más plancha. Los comentarios eran del tipo «No podes», «Daaaleeee Cooorrnuuuuudoooo», «Tenemos que llegar al estadio» y el infaltable «hay gente que tiene que llegar a trabajar, daaaleee cheee»

De repente se escucho – ¿No tenes cambio flaco? Paaa…bueno aguanta. – El chofer volvió hacia la ventanilla de la guarda y le alcanzó un billete de $ 20.

– Toma los $ 4 de vuelto. Apúrate – Insistió la señora de la felicidad pronunciada en el rostro.

El chofer volvió corriendo hasta la puerta de atrás del coche y le dio en la mano el cambio al generador del conflicto. La hinchada aurinegra no lo soportó más y comenzó a aplaudirlo entre elogios e insultos.

El conductor una vez más se desplazó sobre sí mismo a una velocidad patética, simulando como si quisiera correr.

Al subir al ómnibus recibió aplausos de más de la mitad de los pasajeros. Su rostro estaba sonrojado por la verguenza, el de la guarda estaba rojo por la furia. De todos modos se había salido con la suya, logro cobrar el boleto sin moverse y humilló al chofer por faltar a las reglas.

Por algo pusieron a las mujeres a trabajar como guarda de ómnibus.

Alejandro Barrios

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